Redacción
Aunque Rusia hace tiempo que viene advirtiendo del «catastrófico» estado en el que se encuentran sus relaciones con Estados Unidos, algo con lo que en Washington están completamente de acuerdo, y siempre ha defendido la necesidad de que sus respectivos líderes se reúnan para atajar el problema, lo cierto es que la iniciativa de mantener la cumbre de mañana en Ginebra de los presidentes Vladimir Putin y Joe Biden partió de éste último.
Y eso pese a que Biden calificó de «asesino» a su homólogo ruso. De manera que el propio hecho de que el evento tenga lugar supone ya un gran paso y, pese a todo, satisface realmente a Moscú.
Sin embargo, tanto Putin como su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, y otros muchos altos funcionarios rusos llevan semanas queriendo dejar claro que no esperan nada extraordinario de la cumbre de Ginebra, aunque la ven necesaria.
También han expresado nítidamente que el jefe del Kremlin no está dispuesto a que el presidente norteamericano le abronque ni le dé lecciones de nada.
Así que la reunión se presenta complicada, como un ejercicio de malabarismo que, en lugar de contribuir a avanzar y resolver las cosas, podría conducir a que la brecha entre ambos países se haga todavía más profunda.
El consejero de la Presidencia rusa en asuntos de política internacional, Yuri Ushakov, ha reconocido que «la situación en las relaciones entre Moscú y Washington es casi crítica (…) veo la reunión de Ginebra con optimismo práctico, pero se presenta frágil. Es un primer encuentro en condiciones difíciles.
Putin dijo el domingo que su principal objetivo de cara a la cumbre consiste en «restablecer nuestros contactos y relaciones personales, retomar el diálogo de forma directa, crear mecanismos de cooperación que funcionen en los ámbitos que son de mutuo interés«.
Pero antes, cuando Biden anunció que quería hablar con el presidente ruso de la situación de los Derechos Humanos en Rusia, el Kremlin ya avisó que no se dejará regañar, que en EEUU también hay problemas con el trato a los negros y con la censura en Hollywood.
A juicio de Lavrov, los estadounidenses «han llevado la corrección política a un nivel absurdo».