Redacción
Les atraen los pueblos, la slow life , el ocio al aire libre más que las discotecas, los planes diurnos tanto o más que los nocturnos, el vínculo emocional y los planes familiares, preparar un buen plato con el que agasajar a amigos o familia… Leen en papel, se arreglan la ropa o el patinete, reciclan muebles o lo que se tercie. Y al tiempo que resuelven sus dudas en ChatGPT o desarrollan proyectos futuristas, revisan contenidos sobre cómo era la vida en los 70 o los 80 en busca de “cosas bonitas y auténticas” que revivir o rescatar, y se sienten atraídos por la jerarquía, liturgia y puesta en escena de las instituciones más tradicionales.
Algunos hábitos y comportamientos de una parte significativa de los jóvenes de la generación Z – los nacidos entre 1996 y 2012– parecen situarlos más próximos a sus abuelos que a los milenials, la generación que les precede.
“La Z tiene conductas que no tienen nada que ver con los de generaciones anteriores porque la hiperdigitalización y las redes sociales las traen incorporadas de fábrica, son nativos digitales; sin embargo, lo que llama la atención es que, en otros comportamientos, detectas que vuelven hacia atrás, a lo físico y material, y les seducen las tradiciones”, afirma Narciso Michavila, sociólogo y presidente de la consultora de investigación social GAD3.
“No es que estemos volviendo al pasado ni que imitemos a nuestros abuelos por nostalgia, sino que estamos rescatando cosas de generaciones menos cercanas a la nuestra porque las vemos atractivas e interesantes para nosotros, porque pensamos que hay valores que no están obsoletos y queremos revalorizar lo esencial y más puro, los principios más fundamentales del comportamiento humano”, explica Álvaro Justibró, fundador de la consultora Mazinn, especializada en análisis de tendencias e investigación cultural sobre la generación Z, a la que él mismo pertenece.
Considera que esta revisitación del pasado tiene que ver con una necesidad de “tocar con las manos”, de “sentir el valor emocional” del mundo físico. “Nosotros hemos estado siempre inmersos en la tecnología, desde que nacimos, pero todo lo analógico lo valoramos más que los milenials, que nacieron en transición”, dice.
Eso explicaría por qué la lectura de libros en papel (el 90% la combina con la digital pero un 19% sólo lee libros físicos según datos de la consultora 40dB), los clubes de lectura, los de running o los de cafetería (para tomar café o té matcha y escuchar música tecno) son tendencia entre los zetas.
“Un porcentaje de esta generación cumplía los 18 años durante el tiempo que duró la pandemia, encerrado en casa o con limitaciones para socializar, y ahora tiene ganas de recuperar el tiempo y busca el encuentro con personas, lugares y experiencias”, cuenta Justibró. Cree que todo ello se enmarca en ese interés por salir del entorno digital, por socializar más allá de la pantalla, por cuidarse y conectar con lo físico. “La cocina es otra tendencia; basta echar un vistazo a Tik Tok para ver cómo la gente dedica su tiempo a hacer nuevas recetas, aunque lleven horas de trabajo”, agrega. Como hacían sus abuelas.