Redacción
A lo largo de más de un siglo, Frankenstein ha sido revisitado, reinterpretado y reinventado innumerables veces. Sin embargo, Guillermo del Toro logra lo impensable: devolver al mito su aliento poético original. En su esperada versión cinematográfica, el director de El laberinto del fauno y La forma del agua no solo reimagina la tragedia del creador y su criatura, sino que introduce un gesto profundamente simbólico: una escena que une a Mary Shelley y a su esposo, el poeta Percy Bysshe Shelley, en un momento de revelación, melancolía y humanidad.
Del Toro, conocido por su obsesión con los monstruos y los marginados, convierte a la criatura de Frankenstein (interpretada por Jacob Elordi) en algo más que una aberración. En su odisea por comprender el mundo y su propio lugar en él, el monstruo encuentra a un anciano ciego que lo recibe sin miedo ni prejuicio. Este hombre, noble y sabio, se convierte en su guía, en el único capaz de ver más allá de la apariencia física. Durante sus encuentros, el anciano le enseña a leer, y le entrega un texto, precisamente el poema de Percy Shelley titulado Ozymandias.
Ese instante marca una de las secuencias más poderosas de la película. La criatura, que ha sido rechazada por todos, pronuncia los versos que hablan sobre el orgullo y la ruina, sobre los imperios que creyeron ser eternos. “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡mirad mis obras, poderosos, y desesperad!”, recita con voz temblorosa, mientras la cámara de del Toro encuadra su rostro devastado. En esos segundos, el monstruo parece reconocerse en el poema: un ser nacido del deseo de poder y condenado por la soledad.
La elección de Ozymandias no es casual. Percy Shelley escribió el soneto en 1817, durante una estancia en la que él y Mary reflexionaban sobre los vestigios del antiguo Egipto. El poema evoca la ironía de la grandeza humana reducida a polvo, de los monumentos que se alzan para desafiar el tiempo y acaban devorados por el desierto. En el contexto de la película, esa imagen se funde con el relato de Frankenstein: el creador que desafía a la muerte y el universo, solo para descubrir que su obra se convierte en su ruina.
La lectura de ‘Ozymandias’ que conecta amor, creación y ruina en ‘Frankenstein’ de Guillermo del Toro
Del Toro, amante de la literatura romántica, inserta así un diálogo secreto entre los Shelley. Mary, con su novela sobre la creación y la pérdida, y Percy, con su poema sobre la soberbia y la fugacidad, se encuentran simbólicamente en una misma escena. La criatura de Mary Shelley da voz a las palabras de Percy, y el resultado es una reflexión doble sobre el poder de la vida, la muerte y la memoria. Lo que une a ambos escritores y a del Toro es la certeza de que la belleza puede nacer de la tragedia.
La criatura se convierte en el espejo de Victor Frankenstein, encarnado por Oscar Isaac. Mientras el creador busca trascender la muerte, la criatura busca simplemente ser aceptada. Al leer los versos de Ozymandias, el monstruo comprende que incluso los dioses, o los hombres que aspiran a serlo, están destinados a desaparecer. Es el momento en que el mito de Frankenstein alcanza su dimensión filosófica más profunda.

